Exiliado en México, en 1952 inició su actividad revolucionaria
contra la dictadura del general Batista, que había entregado al país en manos
de los intereses norteamericanos. Su primer intento fue el asalto al Cuartel de
Moncada en Santiago de Cuba, que se saldó con un fracaso (1953); fracaso
militar, pues el cuartel no fue tomado ni provocó la esperada insurrección
popular, pero no fracaso político, puesto que aquel acto dio una gran
popularidad a sus protagonistas, acrecentada durante el juicio subsiguiente, en
el que Castro se defendió a sí mismo y aprovechó para pronunciar un extenso
alegato político («La Historia me absolverá»).
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